sábado, 6 de agosto de 2011

Calvert Casey: revolución, homosexualidad y muerte

Calvert Casey: revolución, homosexualidad y muerte

Pareciera también que Casey avanza hacia el suicidio, que ejecuta el 16
de mayo de 1969 mediante una sobredosis de somníferos en su apartamento
de Roma, compulsado por lo antitético de su amor por los hombres y de su
amor, un tanto masoquista, por la revolución cubana

Armando de Armas/ martinoticias.com 04 de agosto de 2011

"Pero yo quiero bajarla vistiendo una gran bata de crinolina, con
encajes sobre mi escote, los hombros al aire, los senos salientes. Las
mangas deberán ser cortas para mostrar bien mis brazos torneados. Llevo
un collar de perlas al cuello largo, hermoso ahora al realzarlo el
collar, y aretes de rubíes como un punto de sangre en el lóbulo. También
tal vez una diadema, si no es muy cargante de piedras preciosas, y el
pelo rubio bien peinado en rulos románticos que me caigan sobre los
hombros desnudos. ¿Ya dije que llevaba los hombros desnudos? Se verán
los hombros y la espalda generosa. Iría maquillado a la perfección:
cejas arqueadas, ojos violeta, labios rojo granate y toques de colorete,
muy leves, un realce nada más ya que mi cutis se verá transparente.
Entonces así ataviada bajaré la escalera, escalón a escalón, lentamente,
regia como una reina, todas las luces sobre mi descenso".

Calvert Casey, hijo de una cubana y un norteamericano, nacido en
Baltimore, Estados Unidos, en 1924, pasó su infancia y adolescencia en
La Habana.

Casey obnubilado, como tantos otros, regresó a la isla con el triunfo
del castrismo y desarrolló una intensa labor periodística, sobre todo en
el suplemento cultural Lunes de Revolución, escribiendo crítica teatral,
reseñas de libros y traducciones para otras publicaciones criollas,
entre ellas La calle, La Gaceta de Cuba y Casa de las Américas.

Lunes de Revolución fue además la vía para relacionarse con figuras de
las letras isleñas como Antón Arrufat, Vigilio Piñera, Guillermo Cabrera
Infante, Humberto Arenal y Miguel Barnet.

Casey publica en 1963 el libro de relatos El regreso, en el que se
aprecia su vocación por las situaciones límites, el nexo con el
existencialismo y el esmero en el tratamiento estilístico.

Posteriormente, en 1964, da a conocer En Memorias de una isla, libro en
que incluye sus colaboraciones periodísticas de índole crítica, y donde
aborda a autores de la altura de Franz Kafka, Henry Miller, D. H.
Lawrence y José Martí. En este volumen ofrece, además, descripciones
sobre la Isla de Pinos, estableciendo una eficaz interacción entre la
realidad y la ficción.

A mediados de la década del 60 rompe, o no rompe, sino que se
desilusiona, como tanto otro obnubilado de al principio, con el régimen
castrista y se exilia, no en Miami sino en Roma, ciudad donde conoce y
establece una relación tormentosa con el efebo Giovanni Losito, alguien
por quien parece que el escritor cubanoamericano sintió un gran amor y a
quien dedicó su libro Notas de un simulador, Barcelona, 1969.

Pareciera también que Casey avanza hacia el suicidio, que ejecuta el 16
de mayo de 1969 mediante una sobredosis de somníferos en su apartamento
de Roma, compulsado por lo antitético de su amor por los hombres y de su
amor, un tanto masoquista, por la revolución cubana. Es decir que Casey,
como tantos otros artistas e intelectuales, no tuvo un rompimiento
propiamente dicho con el régimen implantado en el año 1959, y ocurrió
más bien que ese régimen rompió con él, no lo aceptó en laS filaS de sus
fieles por su condición de homosexual; nefando vicio de la sodomía
dirían los Autos de Fe de la Santa Inquisición. Muchos de esos artistas
e intelectuales, como en verdad ya ha ocurrido, regresarían ahora a la
isla de la mano de Mariela Castro; quizá también Casey. Por lo que
estaríamos hablando acá de una disidencia de nalgas, no de ideas.

El escritor Humberto Arenal escribe: "Creo que ya es hora que abordemos
ciertas cosas con la sinceridad que merecen. En 1966 Calvert se vio
forzado a salir de Cuba porque su condición de homosexual le molestaba a
algunas personas. No fue ninguna exageración. Los que fuimos sus amigos
sabemos que ciertas cosas difíciles de aceptar para una persona que se
respete, como él siempre lo hizo, lo obligaron a tomar esa decisión que
fue dolorosa, triste y que agudizó su tradicional angustia de siempre".

Según lo declarado por Arenal, Casey toma la dolorosa y triste decisión
de abandonar la isla, adoptada a la fuerza por el fantasma de Lenin,
porque su condición de homosexual molestara a algunas personas, y
pudiera tener razón en ello, aunque debemos matizar, pues no sería
enteramente cierto que la homosexualidad del escritor cubanoamericano
molestara a algunas personas, o mejor, sólo a algunas personas, extremo
que sería falso, falso de toda falsedad, la verdad es que la
homosexualidad del escritor cubanoamericano molestaba a la cúpula de un
régimen, encabezado por Fidel Castro, que a estas alturas ostenta el
triste privilegio de ser el único en el Hemisferio Occidental que ha
construido campos de concentración para encerrar a homosexuales, las
Unidades de Ayuda a la Producción, UMAP, y que además desarrolló una
deliberada política encaminada a extirpar del organismo social no sólo a
homosexuales, sino también a otros grupos de personas que no encajaban
en el proyecto de construcción de un sistema totalitario y comunista;
utopía que cepilla.

Y es que Casey hizo todo lo posible por adaptarse al paraíso de los
proletarios, hasta el punto que procuró, inclusive, desistir de su
disidencia sexual, quiere decir, enmendar su eros, desistir de los
efebos, para en cambio amar a las féminas, ser heroico, hetero entero,
revolucionario a todo dar, darlo todo, menos la espalda a la espada;
menos la baja espalda a la artera espada. Al respecto el escritor
Guillermo Cabrera Infante escribe en Vidas para leerlas: "Cuando regresé
a La Habana a los funerales de mi madre y fui retenido forzado allá
cuatro meses, vi a Calvert muchas veces en mi desgracia renovada. Una
vez fue su visita para agradecerme el envío un año antes de medicinas
raras para curar una de sus periódicas dolencias secretas. Me dijo, a
propósito de males, que ahora pensaba, como Keyserling, que sólo el
dolor nos permite conocernos realmente y que la enfermedad es el estado
normal del hombre. "Más es de la mujer", le dije pero no se rió, ni
siquiera se sonrió. Con todo estaba a veces contento, sobre todo ahora
que había descubierto el amor heterosexual con una mutua amiga. "Estoy
encantado con ella", me contesó. "Además creo que voy a ser padre. ¿No
es maravilloso?" Lo que con frase de Virgilio Piñera, homosexual
irredimible, resultó ser una falsa alarma. "Por partida doble", dijo
Virgilio con malicia mundana".

Pero, para la dictadura de los marxistas no hay disidencia de nalgas,
no, nada de eso, para dicha forma de mando, mando mundial, total, la
disidencia de nalgas conduce, o implica, disidencia de ideas, conexión
directa entre la cabeza y la baja espalda, entre la cabeza y la
incorporación de espada por la baja espalda, y cuenta el Premio
Cervantes de las Letras de 1997 que en otra ocasión paseaba con Calvert
Casey y Miriam Gómez por la corta calle que une el Parque Central con la
plaza de Alvear, caminando por la acera del Centro Asturiano, arbolada
de laureles, los viejos adoquines bruñidos reflejando la luz de las
bombas del alumbrado público confuso, y que al aparecer la gran puerta
de hierro por entre cuyas filigranas se ve el interior del palacio
barroco, Calvert se detiene un momento y los conmina a imitarlo.

Agrega Cabrera Infante que El Centro Asturiano aparece vacío pero que su
interior está alumbrado como en día de fiesta. "¿Ustedes ven esa
escalera magnífica?", pregunta Calvert obligándolos a mirar y ver una
vez más la sabida escalinata del palacio, toda de mármol, amplia arriba
y abriéndose ancha abajo, con pasamanos que se hacen volutas pétreas a
su término, como conchas coruscantes, y que le dicen que sí, que claro:
que no solamente él, Cabrera Infante, se crió a sólo cien metros del
lugar sino que Miriam ha venido a esa parte de La Habana muchas veces, y
Calvert que prácticamente los ha obligado no a recordar o a mirar esa
escalera ahora sino a memorizarla para siempre.

Y cuenta el autor de La Habana para un infante difunto, 1979, que
Calvert dijo: "Bueno, tengo que hacerles una confesión. Es más bien una
confidencia". "Una confidencia a un cura es una confesión", le contesta
el Premio Cervantes". "Bueno", les dice el homosexual revolucionario,
"Considérense curas. No van a creer lo que les voy a decir, desde luego.
Pero es la pura verdad. Por favor, les ruego que no digan nada a nadie,
pero a nadie". Juraron silencio eterno mientras imaginan la sabrosa
anécdota amorosa que ocurrió a Calvert en esa escalera. Tal vez
escondido debajo de ella masturbaba a un amorcito de antifaz mientras a
su alrededor, más ruidoso que el amor, bullía el carnaval en su baile de
máscaras conocidas, habitúes, carnestolendos al decir del Infante.

Pero repara el autor oriundo de Gibara que la escalinata es maciza,
imposible a las penetraciones enmascaradas o no y se pregunta. ¿Qué
habría ocurrido a Calvert allí? Pero ya Calvert está contando. Silencio
presente pero no futuro al olvidar el juramento eterno: un secreto es
casi como un amor: sólo cobra sentido al revelarlo. Pero no es un cuento
lo que cuenta Calvert sino lo siguiente: "El anhelo, el ansia, el sueño
de mí vida es bajar esa escalera". "Nada más fácil", dice el Infante,
"cualquier día o noche que abran el portón, en fiesta nacional o
asturiana". "Pero yo quiero bajarla vistiendo una gran bata de
crinolina, con encajes sobre mi escote, los hombros al aire, los senos
salientes. Las mangas deberán ser cortas para mostrar bien mis brazos
torneados. Llevo un collar de perlas al cuello largo, hermoso ahora al
realzarlo el collar, y aretes de rubíes como un punto de sangre en el
lóbulo. También tal vez una diadema, si no es muy cargante de piedras
preciosas, y el pelo rubio bien peinado en rulos románticos que me
caigan sobre los hombros desnudos. ¿Ya dije que llevaba los hombros
desnudos? Se verán los hombros y la espalda generosa. Iría maquillado a
la perfección: cejas arqueadas, ojos violeta, labios rojo granate y
toques de colorete, muy leves, un realce nada más ya que mi cutis se
verá transparente. Entonces así ataviada bajaré la escalera, escalón a
escalón, lentamente, regia como una reina, todas las luces sobre mi
descenso".

¿Qué les parece?", insistió Calvert en una opinión. "Bueno, Calvert,
perdona", dijo Cabrera Infante, "pero, considerando" (no quería
pronunciar palabras fatales como Revolución, Ministerio del Interior,
policía) "me parece poco posible". Pero, Miriam Gómez, más comprensiva o
tal vez más humanitaria le dijo: "Calvert, ¿quién sabe? Tal vez un día".
Calvert los miró a los dos pero no parecía ni decepcionado ni
desalentado. "Es un sueño, claro", concluyó.

Escribe el autor de Vista del amanecer en el trópico, 1974, que luego
Calvert vino a decirle un día que estaban fusilando de nuevo, no
batistianos sino gente inocente, esta vez de un mismo espectro letal,
sus extremos: trotskystas y católicos. Es decir que para Calvert,
decimos nosotros, había los malos fusilamientos y los buenos
fusilamientos, gente fusilable y gente no fusilable, y el tema acá no es
si efectivamente habría personas que merecen o no ser pasadas por las
armas, el tema acá es que estamos hablando de unas condenas a muerte que
eran resultado de unos juicios sumarísimos que, por lo mismo, no
contaban con las más mínimas garantías procesales; juicios del odio.
Apunta además Cabrera Infante que fue por ese tiempo que tuvieron lugar
las notorias reuniones en la Biblioteca Nacional y el reaccionario
resumen de Fidel Castro: "Con la Revolución, todo; contra la Revolución,
nada".

Parece ser que, poco antes de matarse, Calvert Casey le envió un
telegrama personal a Haydée Santamaría a la Casa de las Américas para
que se le permitiera regresar a la isla de sus amores y de sus
infiernos, aunque ella que se afamaba, y la afamaban, de ser la santa
protectora de los escritores y artistas bajo la férula totalitaria,
nunca le respondió, pero, antes de juzgar, intentemos comprender, a esas
alturas Casey era no ya un exiliado del régimen de Cuba, sino un
exiliado de todo, hombre a la intemperie, en su piel, en sus huesos,
pues no sólo los servicios secretos de la embajada castrista en París,
es decir, toda la embajada, había maniobrado para impedir que ocupara un
importante y alimentario puesto en la UNESCO, sino que, como a tantos
otros expatriados, las autoridades consulares de la isla le negaron la
posibilidad de obtener un pasaporte cubano y, para colmo de males,
bumerang que regresa cortando el aire, en el pasado a Casey se le había
ocurrido la infeliz idea de renunciar a la ciudadanía norteamericana
para irse a vivir al paraíso proletario y ahora, claro, le negaban el
poder recuperarla. Contrario a la escritora rusa Ayn Rand que escapa de
su país dominado por la dictadura del comunismo y vivió siempre
orgullosa de haber adquirido la ciudadanía estadounidense, al punto de
proclamar: "Puedo decir, y no como un mero patrioterismo, sino con el
conocimiento completo de las necesarias raíces metafísicas,
epistemológicas, éticas, políticas y estéticas, que los Estados Unidos
de América es el más grande, noble y, en sus principios fundadores
originales, el único país moral en la historia del mundo", Casey, nacido
en Estados Unidos, renunciaba a la libertad en su patria para alegre
irse a refocilar en brazos de la dictadura del comunismo; enemigo a 90
millas.

Pero ahí no para la noria de sus desgracias, y sucede por una parte que
Casey era alevosamente abandonado por su amante italiano, especie de
proxeneta de homosexuales, buganvilla de alquiler al decir cubano, y
sucede por la otra que no podía conseguir un permiso de residencia en
Italia y la policía, vencido el término de estancia en Roma, le había
marcado una fecha para su salida definitiva de la península.

Y es que el autor, atormentado, tímido, tartamudo, sensible, amable,
triste, pasivo, pornógrafo, más santero y espiritista que cristiano, y
más marxista que libertario, parecía destinado más que nada al
desajuste, a la no pertenencia, por lo que arribado al momento de los
caminos cerrados, de Elegguá que se vira con ficha en las cuatro
esquinas de la ancestral ciudad de los etruscos, y teniendo de antiguo
el escriba comercio con los muertos y con la muerte, afín al más allá,
disidente del más acá, no le vendría a resultar difícil el fugarse por
los non santos, sinuosos y seguros senderos del suicidio hacia los
siempre tentadores predios espirituales, patria sin pasaporte, sin
limitaciones no ya de los apremiantes apareos por el envés, sino del
tiempo y el espacio.

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