Conga sorda
Alejandro Ríos
Resulta curioso que la cruzada en contra de la homofobia liderada por
Mariela Castro, directora del CENESEX (Centro Nacional de Educación
Sexual) en Cuba, no cuente con la alianza de reconocidos intelectuales
cubanos, abiertamente gays, lo cual redundaría en un apoyo adicional del
universo cultural que no le vendría mal.
Sería bueno saber si ella ha tratado de hacer posible ese acercamiento,
sin éxito, o si ha preferido seguir siendo el centro político y social
de un tema controversial en su carrera de empoderamiento.
La conga anual por la Calle 23 del Vedado habanero y el espectáculo de
transformistas, ahora con más auge en el Teatro Carlos Marx, trivializa
sin duda su gestión, que se ha desvirtuado este año pidiendo la
liberación de los cinco espías en cárceles federales de los Estados
Unidos y haciendo que los más expresivos gays desfilen con la sacra
imagen del otrora "homofóbico en jefe", Fidel Castro, como si hubiera
algo que agradecerle que no fuera la creación de la UMAP (Unidades
Militares de Ayuda a la Producción), el Primer Congreso de Educación y
Cultura y muchas otras, leyes, resoluciones y aberraciones represivas a
los cuales fueron sometidos los homosexuales cubanos bajo su beneplácito.
Los Castro saben que en Cuba la permanencia y el éxito de cualquier
empeño como el de la llamada revolución se reduce a tener el poder,
nunca compartirlo, lo cual resulta peligroso como ha dictado la
experiencia internacional de otros experimentos similares.
La sexóloga alemana Monika Krause, aupada por Vilma Espín, fundó y
desarrolló muchos de los proyectos e ideas que luego la hija de la
presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas ha reclamado como
propios. A la Krause le sobraba perseverancia y habilidad pero le faltó
el apellido y debió abandonar el país entristecida y frustrada cuando se
buscó notorios enemigos en la nomenclatura comunista.
La fórmula de Mariela resulta confiable para la dinastía y reproduce,
sin disimulo, el "dentro de la revolución todo…", "la universidad es
para los revolucionarios", "la calle es del pueblo" y tantas otras
consignas exclusivas promulgados por su tío durante su decadente termino
dictatorial. Ahora para ser un homosexual respetado, hay que ser
socialista o, como se dice en cubano, revolucionario.
Se cuenta que cuando la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC)
fue fundada, por los años sesenta, su primer y único presidente
vitalicio, el poeta Nicolás Guillén, casi sufre un golpe de estado por
un grupo de prominentes intelectuales gays. Por supuesto que el
diferendo fue zanjado a su favor, a la sazón Poeta Nacional, y los
aspirantes a directivos de la organización terminaron descabezados por
la parametración que prohibía a los homosexuales desempeñar cargos de
responsabilidad en el ámbito de la cultura.
Los logros de la comunidad gay cubana contemporánea no tienen sus raíces
en esos fracasados escarceos intelectuales que sólo buscaban pulsar con
el poder absoluto, buscando un nicho, sin una preocupación social
general por los homosexuales de a pie que eran humillados en las calles.
Mariela Castro debiera saber, no obstante su torpe vocabulario
discursero, lo cual revela omisiones en su educación, que la defensa a
ultranza de una minoría conlleva una sociedad donde muchas otras
disensiones han sido resueltas.
Cuando se apagan las candilejas y se acallan las tumbadoras, todos los
cubanos, sin tomar en cuenta su preferencia sexual, pertenecen al mismo
pueblo atosigado por un régimen inoperante y represivo, de promesas
incumplidas. Por lo pronto, la conga sigue siendo sorda.
http://www.elnuevoherald.com/2011/05/23/945015/alejandro-rios-conga-sorda.html
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