sábado, 28 de enero de 2017

Demandar como sobrevivientes, no como víctimas

Demandar como sobrevivientes, no como víctimas
RAFAEL GORDO NUÑEZ | Camagüey | 28 de Enero de 2017 - 10:59 CET.

En La Habana acaba de celebrarse el II Simposio Internacional Violencia
de Género, Prostitución, Turismo Sexual y Trata de Personas Berta
Cáceres In Memoriam, con el auspicio del Centro Nacional de Educación
Sexual (CENESEX), dirigido por la sexóloga Mariela Castro Espín. Según
ha anunciado el periódico Granma, el evento sirve para fomentar la
creación de políticas públicas inclusivas y analizar las brechas de
desigualdad, los mecanismos de control y dominación, y la prostitución
femenina.

Granma, sin embargo, no ha explicado nunca cómo todo el andamiaje
estatal cubano continúa anclado en un patrón binario, un enfoque
defensor de la igualdad entre hombres y mujeres de acuerdo a sus
genitales externos. Modelo capaz de anular el derecho de los humanos a
gozar su identidad sexual, y a disfrutar las múltiples formas de
construir el género.

No ha señalado, jamás, la imposibilidad de las estructuras
gubernamentales para superar una biopolítica y una ciencia jurídica,
incapaces ambas de reconocer los crímenes de odio contra las personas
homo y trans; y de penalizar la violencia en todas sus dimensiones.
Tampoco ha reconocido el limitado o nulo enfoque sociológico,
antropológico y psicológico que sobre el trabajo sexual tienen las leyes
implantadas en la Isla.

En Cuba la prensa oficial se refiera a estos temas cuasi por puro
compromiso. La violencia simbólica ejercida desde los medios de
comunicación afianza los estereotipos patriarcales y sexistas. Es
evidente en los programas humorísticos, los videoclips, la mayoría de
los dramatizados y el sistema informativo, el cual —por ejemplo— no
mencionó que el lamentable atentado en el club de Orlando, Florida,
había sucedido en un sitio nocturno frecuentado por un público gay.

La violencia encuentra cuerpo en la fotografía y en numerosos artículos
de la prensa plana, reivindicadora de la familia tradicional; en la
radio y sus jingles dirigidos al "macho varón masculino" y a la "hembra
recipiente reproductivo"; en la omisión y/o sustitución de vocablos por
sinónimos más convenientes.

Y si no, que alguien explique, por qué encontraron espacios los
discursos homofóbicos y discriminatorios acerca de la perpetuación del
matrimonio convencional, luego de la sustitución de la palabra "sexo"
por la de "género", en el nuevo Código de Trabajo. Quién se sintió con
la autoridad para brindarle a la Ministra de Trabajo y Seguridad Social
la oportunidad de expresar públicamente su desacuerdo con la transexualidad.

Que alguien provea una irrefutable (al menos una sola) razón para la
negación de las universidades a estudiar el asunto en cuestión más allá
del empoderamiento de la mujer. Y otra, sobre la negación de la
psiquiatría cubana a apoyar a las y los transexuales con un diagnóstico
diferente al de "disforia de género".

Sería conveniente entender, además, por qué durante el segundo ciclo del
Examen Periódico Universal ante el Consejo de Derechos Humano de las
Naciones Unidas, Cuba defendió únicamente sus avances en la materia
desde la perspectiva de lo tradicionalmente entendido como varón o hembra.

No hubiese sido en vano que el grupo de activistas del continente recién
reunido en La Habana indagase por la ausencia de los diplomáticos del
Estado caribeño en el salón de las Naciones Unidas el pasado 21 de
noviembre de 2016. Aquella ocasión habría servido para patentizar la
intención del Gobierno cubano de avanzar en la elaboración de mecanismos
inclusivos. Cuba debió haber votado entonces en contra de la resolución
propuesta por Botsuana para frenar el trabajo del experto independiente
de la ONU para la protección contra la violencia y la discriminación de
las personas debido a su orientación sexual e identidad de género. Sin
embargo, ese día la legación cubana en Ginebra decidió no ir a trabajar.

De haber asistido, los funcionarios diplomáticos cubanos podrían haber
demostrado el compromiso con los Principios de Yogyakarta, y su interés
real en cumplir con los postulados plasmados en los objetivos de la
Primera Conferencia Nacional del Partido Comunista (PCC). Hoy varios
activistas se concentran en la aspiración de alcanzar una ley de
matrimonio igualitario. Y puede resultar estratégico soñarlo, por cuanto
significaría arrancarle a la Constitución socialista un derecho
reservado solamente a la familia heterosexual, la única con el beneficio
de garantizarle a otros el acceso al patrimonio y la herencia material.

El contrato social —ha señalado el brillante Alberto Roque Guerra—
promulgó un contrato sexual en los nacientes estados laico burgueses,
institucionalizando sus esencias patriarcales y la inferioridad de la
mujer. En Cuba ni siquiera se habla de las uniones poliamorosas, o del
poco acceso de las mujeres lesbianas a las técnicas de inseminación
artificial, por no mencionar el derecho a la maternidad y la paternidad
independiente, de quienes se asumen públicamente homosexuales.

Más que víctimas, somos sobrevivientes. Y de esa forma deberíamos
empezar a plasmar nuestras demandas. Y a exigir desde determinados
espacios donde nos pensemos iguales y no mártires. Hay derechos humanos
antepuestos a todos los debates. Exigirlos tal vez ayudaría a que las
banderas del arcoiris y las drag queens dejaran de existir por un solo
día en la calle 23, para integrarse a la cotidianidad del paisaje
urbano. Y quizás también de esa forma, alguien vendrá un día a
consultarnos sobre el Código de Familia y no a regalarnos pequeñas
migajas de una discusión engavetada en algún archivo de la Asamblea
Nacional.

A la institución dirigida por Mariela Castro debe reconocérsele el poder
de convocatoria. La capacidad para aglutinar organizaciones de diversas
partes del orbe, y la intención de proveer de un trasfondo científico a
la causa en común. También es justo valorar los avances en cuanto al
acceso gratuito y universal a las operaciones de reasignación de sexo.
Gracias al CENESEX numerosas personas trans han cambiado sus nombres y
fotografías en los documentos de identidad, y reciben atención integral
en ese centro. Sin embargo, y contra todo pronóstico, el nuevo carné ha
incluido la categoría "sexo". De tal suerte, no solo en las leyes, sino
también en la cédula personal, el reconocimiento jurídico continuará
siendo de acuerdo a las características morfológicas de los genitales
externos.

La transfobia ni siquiera ha sido integrada al discurso público, ni hay
espacio en él para los trabajadores enfermos de sida, las mujeres
negras, o los militares homosexuales. Las redadas policiales contra la
comunidad sexo-género-diversa, lejos de disminuir, aumentan, como
también aumentan los precios en los espacios nocturnos de socialización
gay. Estos existen casi exclusivamente en la capital del archipiélago, y
¿gracias? a los empresarios privados.

No hace mucho tiempo, el bloguero "Paquito el de Cuba" denunció en su
bitácora el mal rato dentro de un auto de patrulla, por el único delito
de caminar junto a otro hombre gay por un sitio considerado para
homosexuales por las fuerzas del orden de La Habana. No fue el único y
no será el último caso, hasta tanto Granma no publique un día la
aprobación de una normativa que, al menos desde el punto de vista
jurídico, garantice protección y vele por los derechos humanos de una
parte importante de la sociedad cubana. E incluso, aun así, todavía
estaríamos lejos de un sistema garante de los derechos sexuales y de
género.


Source: Demandar como sobrevivientes, no como víctimas | Diario de Cuba
- http://www.diariodecuba.com/derechos-humanos/1485534005_28483.html

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