Cuba: sinécdoque LGTB
julio 14, 2014
Haroldo Dilla Alfonso
HAVANA TIMES — Los activistas LGTBs cubanos que se nuclean en torno al
Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) dirigido por Mariela
Castro, hija del General/Presidente tuvieron un fin de año henchido de
optimismo.
En diciembre la Asamblea Nacional del Poder Popular cerró la discusión
del Código de Trabajo remitiendo el documento, tras ser aprobado, a una
comisión especializada para que incluyera de la manera más ventajosa las
peticiones del CENESEX sobre la no discriminación laboral por razones de
preferencias sexuales o por ser VIH. Ciertamente un procedimiento
digamos que heterodoxo (un parlamento aprobando un código sin conocer la
versión final) pero la Asamblea no es exactamente un parlamento y la
discusión había terminado con una arenga del vicepresidente que
anunciaba una inclinación positiva de la balanza.
Un conocido activista gay allegado al régimen confesó que andaba “sin
resuello” de alegría. Y otro, un reputado médico, alababa este paso como
un salto adelante en el fortalecimiento de “la democracia y el
republicanismo” cubanos, y proclamaba que Cuba era “uno de los pocos
países del mundo que aplican un enfoque de género”.
En realidad, tanto el activista como el médico estaban sufriendo esa
metamorfosis que conduce desde el exceso de la virtud hasta el
desenfreno del pecado, y no creo que el logro, de haberse producido,
tenía la trascendencia democrática y republicana que anunciaba el
médico. Ni sacaba a Cuba de ese lugar lamentable en que se encuentra en
temas de la diversidad sexual. Pero sí hubiera legitimado los trabajos
de Mariela Castro y sus allegados y allegadas, y consolidado su posición
política en el sistema.
Pero finalmente, nada de ello sucedió, pues la comisión de marras
eliminó toda referencia a la diversidad sexual. Y con ello el activista
gay recuperó su resuello para quejarse amargamente de algo que todos
sabemos: nuestro remedo de parlamento no es nada transparente.
Creo que este revés, no solo para los LGTBs sino para toda la sociedad
cubana enseña dos cosas.
La primera es que el movimiento por los derechos de las diferentes
preferencias sexuales no puede seguir andando su camino a la sombra del
CENESEX, aún cuando cuente a esta institución como su aliada. La
negativa de la comisión de marras no es más que una muestra pálida y
discreta de la homofobia militante de la clase política cubana, que
durante muchos años se ha mostrado como represión directa, exclusión y
discriminación contra los homosexuales.
Los activistas oficiosos han preferido andar siempre de puntillas,
resaltando los “logros revolucionarios” con la aspiración de incluir
entre ellos un trato más decoroso para los homosexuales que el que han
soportado por más de medio siglo. Como si quisieran echar el agua sucia
y quedarse con el niño reluciente. Cuando en realidad lo que necesitamos
los cubanos y las cubanas –homo, bi y hetero, trans y asexuales- es
escudriñar un rato en el agua sucia para entender nuestros problemas en
toda la complejidad que estos tienen.
La segunda cuestión se refiere a los atrincheramientos particularistas.
La putrefacción política que agobia hoy a la sociedad cubana reside,
ante todo, en la capacidad de la élite postrevolucionaria para
fragmentar la sociedad y aislar cada una de sus partes.
Los reclamos que aparecen en la sociedad civil emergente (no hablo ahora
de la oposición que he discutido en otro lugar regularmente asumen la
fragmentación como modo de existencia, y ello permite a la clase
política “gerenciar” las demandas sin grandes tensiones ni
politizaciones incómodas. Y por eso, como una gran sinécdoque social,
cuando presentan su parte como si fuera el todo, no consiguen casi nada.
No discuto que los sectores sociales reclamen, desde sus identidades,
sus derechos particulares. La sociedad cubana es diversa y como tal debe
manifestarse. Pero deben hacerlo entendiendo que son partes de un
sistema. Es impensable que los homosexuales gocen de derechos
inalienables –como esos que proclama Mariela Castro en sus arrebatos
frívolos- si no existe en toda la sociedad un sistema de derechos
consagrados, civiles, políticos y sociales. O que los afrodescendientes
logren eliminar la discriminación racista si toleran otras
discriminaciones. Mientras el régimen político cubano siga contemplando
los derechos de las personas como un tema de administración y
permisividades que se alargan o se contraen según las coyunturas, no
habrá derechos para nadie.
Fue lo que sucedió ahora con las demandas del CENESEX, pero sobre todo
con la totalidad del Código de marras. Porque en realidad, en cuanto
código de trabajo, el tema de las preferencias sexuales resulta periférico.
Lo que realmente es grave en este Código de Trabajo es que prohíbe la
sindicalización independiente, no consagra el derecho a la huelga,
reduce los derechos sociales de los trabajadores y no reconoce el
derecho de los trabajadores a conservar una posición laboral no importa
cuales fuesen sus opiniones políticas. Se trata de otro paso de la élite
política cubana en su proceso de restauración capitalista autoritaria,
para lo cual necesitan una masa de trabajadores desposeídos y dominados.
Obviamente, si Raúl Castro hubiera querido complacer a su hija en este
asunto, le hubiera bastado un manotazo en la mesa para que todos los
diputados hubieran introducido las peticiones del CENESEX. Y le hubiera
dado cierto lustre libertario al régimen, que mucho lo necesita. Si no
lo hizo debe ser por algún motivo que desconozco.
Pero probablemente, a modo muy de hipótesis, creo que estamos en
presencia de una de las cosas que el General Presidente puede regalar a
una jerarquía católica que pudiera ser más colaborativa políticamente a
cambio de un mayor dominio sobre estos campos en que puede desplegar
toda su vocación conservadora. Aunque ello vuelva a quitarle el resuello
al activista gay que disfrutó su fin de año pensando que algo nuevo y
mejor estaba llegando.
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