jueves, 9 de junio de 2016

Cuerpos de la nación performática

Cuerpos de la nación performática
La osadía del 'sexo débil' es un arma silenciosa ante los sofocos del
'hombre viejo'
Jueves, junio 9, 2016 | Héctor Antón Castill

LA HABANA, Cuba.- Sandra de los Santos prefería morir antes que llevar
una vida miserable en Cuba. Huérfana de madre y padre, un día empezó a
vender tabacos de contrabando para reunir dinero y abandonar la Isla
donde nada tenía que perder. Apenas rebasaba los veinte años, pero su
inclinación por la historia le había permitido conocer que antiguamente
los negros esclavos de Norteamérica se metían en cajas de doble fondo,
viajaban a Canadá simulando una carga útil y allí soltaban los grilletes.

Entonces inició el vía crucis: saldría desde Nassau, Bahamas, hasta
Miami, sustituyendo un motor de barco que sería enviado por DHL. Las
gestiones de emigrar legalmente se retardaban, y la joven temía caer en
poder de la locura.

La fuga de Sandra de los Santos es una "obra de arte" para el crítico y
comisario internacional cubano Gerardo Mosquera, quien le confirió al
hecho una dosis de riesgo e imaginación performática, más allá de esa
tradición cubana pos-59 de huir en lo que sea. Ella rehusó mutar en
"amiguita complaciente" de extranjeros viriles de bolsillo para
largarse, como tantas mujeres que abren las piernas hasta cambiar el
rumbo de su destino.

A Sandra le bastó una complicidad anónima, un pomo de agua y luz del
teléfono móvil para darle patadas (seis horas después) al cajón de
madera y salir del encierro. Quienes presenciaron el milagro quedaron
petrificados. Sandra lloró de alegría; todavía añora silenciar los ecos
de una asfixiante travesía.

Tierra y gusanos se deslizan sobre el rostro de la accionista francesa
Gina Pane (1939-1990). En cuestión de minutos, su cara representa la
imagen de una zona contaminada sin tiempo para la sobrevida. Control de
la muerte (1974) reproduce el dramatismo primermundista o un "fracaso
programado": masoquismo que le daría gracia a una curiosa Sandra de los
Santos, hojeando un compendio de body art, orgullosa de haber sido una
"artista de emergencia" con una "pieza única".

A veces urge tentar al riesgo para conquistarlo y, de paso, obviar el
beneficio de la duda. Sandra perdió la cabeza para recolocarla en su
justo lugar. Dichosos quienes pueden manipular el (su) dolor ante una
audiencia culta en tiempo real o virtual, que aplaudirá hipnotizada
proezas efímeras para recuentos perdurables.

Rumbeando con otros lobos

Feliciano de la Caridad (alias Farah María) es un travesti sumido en la
indigencia que bromea, canta y baila en el Parque Central de La Habana,
o en una plazoleta carbonizada por el sol en la terminal de trenes. Esta
caricatura de un "cuerpo sin voz" del patio sonoro no es un
transformista dotado para entretener a una legión de buscavidas con los
matules encima en lista de espera.

Farah es un delirio ambulante que el carro patrullero resiste hasta
llevárselo en cuanto se agota la paciencia. Su desahogo teatraliza una
acotación del poeta Javier L. Mora: "Un idiota es un enfermo casi
siempre soportable".

Luis Manuel Otero Alcántara aprovechó el marco de la 12 Bienal de La
Habana (2015), para usar atuendos de una bailarina del cabaret
Tropicana. De cierta manera, "el mejor invento de los españoles", la
mulata, pretendió convertirse en emblema de la folklorización antillana
en medio de la cosa pública.

"¿Qué República era aquella?" o "¿qué Revolución es ésta?", se
preguntaban quienes distinguían a la intrusa mascota, pavoneándose sin
recordar al difunto conejillo del parametraje cultural en los setenta,
Luis Pavón Tamayo, y opinando acerca del sueño anexionista del islote
saturado de pesadillas emancipatorias.

Miss Bienal jamás meneó la cintura lejos del escenario natural del
icono, como la Farah María en taparrabos improvisando despelotes. Miss
Bienal personificó el remiendo solapado del arte cubano contemporáneo:
una cruzada de arlequines dispuestos a venderse (o alquilarse) al mejor
postor dentro o fuera del juego.

Disfraz sin máscara o coartada lujuriosa para acaparar la atención de
esa feria de navidades que es el acontecimiento plástico insular. Esta
es la Miss Bienal diseñada por Luis Manuel Otero Alcántara (La Habana,
1987), artista de formación autodidacta persuadido de un secreto a
voces: para qué engrasar el aparato conceptual de una maquinaria
publicitaria entre palmeras salvajes, donde la idea es robarse el show
apelando al mandato posduchampiano del menor esfuerzo.

Alguien tiene que despertar al avestruz

Regina José Galindo (Guatemala, 1974) es pequeña de estatura, menuda
físicamente y tan introvertida que anotó en una pieza de catálogo: "Para
que no recuerdes el día de mi muerte voy a suicidarme de noche". Según
admite la artista, publicista de oficio, es "huraña" con la prensa. Teme
que la malinterpreten, señalen o acusen de loca. Pero ello no le impidió
rasurarse el cuerpo y andar desnuda por la calle, durante su
intervención en la 49 Bienal de Venecia (2001).

"Piel" es una síntesis paradójica de cuanto una mujer anhela presumir
desde una carencia esencial. Y nos preguntamos: ¿qué tipo de morbo
querría provocar Regina ante la supuesta frialdad europea, nada que ver
con el desvestir tropical donde cualquier transgresión del pudor asegura
un escándalo? A lo mejor ansiaba fulminar el prejuicio de exhibirse,
dejar grabado en los paseantes el impulso de una criatura vulnerable o
vencer el tabú a mostrar su flaqueza. Galindo consiguió revertirse en
fantasma de sí misma: un modo seguro de enterrar discusiones sobre
pornografía sin erotismo ante despliegues de imposturas ético-morales.

Lejos de los palacios, góndolas y turismo artístico, una muchacha
residente en la "ciudad de los tinajones", situada en el centro-este de
Cuba, se lanzó desnuda a rodar erguida por la vía pública. Carnosa y
desafiante, la acalorada joven generó un alboroto capaz de sacudir la
erotomanía provinciana; fresca iniciativa que culminó en una brusca
detención policial.

¿Cuál sería el estatus mental de la protagonista? ¿Quién registró las
marcas de sus huellas en el asfalto? ¿Ha vuelto a ser ombligo del caos?
Si Regina José Galindo (ganadora del León de Oro en la Bienal de Venecia
2005) supiera de este incidente, haría un círculo en el mapa de su
dossier artístico donde aparece un longevo caimán con la barba más
canosa que nunca.

Adiós a las almas o por quién doblan las campanas

Rafael Arnaldo Rodríguez Agramonte (nacido en 1992) probó casi todo un
mediodía candente en el boulevard de San Rafael en Centro Habana: el
sexo, la repercusión mediática y, finalmente, la reclusión. Nadie
explica por qué "El loquito gozador" se involucró en una "espontánea"
competencia de baile, junto a una desconocida que aceptó gustosa el
reto. De inmediato la gente comenzó a tirarles fotos, cigarros y
billetes entre gritos obscenos, que terminaron en un coito a ras de
suelo, animado por la suciedad del espectáculo experta en perfomatizar
el ocio.

Cuesta entender cómo perder la virginidad equivalga a perder la libertad
por el delito de ultraje sexual. La madre del ingenuo culpable declaró a
la prensa independiente que la guerra empezó e ignora cuándo finalizará.
En cuanto a la pareja ocasional del fornicador debutante, su familia (si
la tiene) eligió callar. Mientras, el proceso de amnesia colectiva
extiende su paso triunfal. Dicho caso engrosa el repertorio de
"políticas del acontecimiento", descartadas por analistas duchos en
aberraciones globales.

Lenguas sueltas habaneras aseguran que Mazorra podría "cerrar por
capacidad" de enfermos mentales. Sin una recomendación desde los altos
manicomios o un soborno en pesos pesados, constituye una odisea
empatarse con una camisa de fuerza o un electroshock.

Si eres "masa boba" en la Cuba post-Castro, conserva los cinco sentidos
en buen estado. Quizás por un extravío cerebral, Rafaelito fue conducido
a un Vivac antes que al Hospital Psiquiátrico de La Habana. Tal vez esta
sea la razón por la cual el arte del performance adquirió la etiqueta de
sedición política: actitud delirante para una sensata estética de
producción visual.

El 29 de mayo y 2014, el Museo de Orsay en París resultó testigo de una
acción ilegal permitida. La artista de Luxemburgo Deborah de Robertis
decidió sentarse ante El origen del mundo (1866), controvertido desnudo
de Gustave Courbet. Iba descalza, en vestido corto de lentejuelas
doradas, sin ropa interior, sin depilarse.

"Mi obra, bautizada 'Espejo del origen', no refleja el sexo, sino el ojo
del sexo, el agujero negro. Mantuve mi sexo abierto con las dos manos
para revelarlo, para mostrar lo que no se ve en el cuadro original",
expresó a Le Monde. Pero no hubo alteración del orden ni la supuesta
desquiciada concluyó maltratada o detenida.

La acción transcurrió entre perplejidad, aplausos, rumores y una sutil
protección de seguridad. Los veladores del museo "obstaculizaron" con
sus anatomías la perspectiva del maldito orificio, descartando la
violencia física contra los visitantes. Tolerar unos o varios minutos de
"pura herejía" denuncia a un sistema de vigilancia regido por esa
hipocresía humanitaria: la tranquilidad ciudadana. La osadía del "sexo
débil" es un arma silenciosa ante los sofocos del "hombre viejo".

Source: Cuerpos de la nación performática | Cubanet -
https://www.cubanet.org/opiniones/cuerpos-de-la-nacion-performatica/

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