Cambios
La intolerancia y las malas políticas
Mientras que el sistema político cubano avanza hacia un estatus
autoritario, en que más que la empatía se necesita la obediencia, la
élite conserva su vocación totalitaria
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 03/10/2011
La élite política cubana —viejos generales, burócratas ateridos y
tecnócratas advenedizos— tiene un serio problema de identidad.
Para ella, hace algo más de dos décadas, todo estaba claro, pues
administraba un país absolutamente subsidiado, cuya producción económica
dependía de los vínculos políticos con Moscú. Y temas como la
productividad, la eficiencia y la rentabilidad eran consignas baratas
para los desfiles del primero de mayo. Luego cesaron los subsidios
soviéticos, pero quedó en pie un discurso de protección social y una
intensa y costosa movilización nacionalista. Y en el centro de todo, la
figura de Fidel Castro, decadente pero con una aureola de fundador que
una parte de la población —entonces relevante estadística y
políticamente— todavía aceptaba como fuente de inspiración. O, al menos,
de consolación.
Su problema ahora es otro: ya no puede gobernar como antes. Pero quiere
seguir haciéndolo. Ya no ofrece protección efectiva, pero sigue
reclamando lealtad sin fisuras. Denuncia el paternalismo, pero reclama
el clientelismo. Los actuales "líderes" (para llamarles de alguna
manera) no convencen a nadie de nada. En términos técnicos, mientras que
el sistema político avanza hacia un estatus autoritario —en que más que
la empatía, se necesita la obediencia— la élite conserva su vocación
totalitaria, como si efectivamente estuviera en condiciones de exigir el
alineamiento entusiasta de la gente en torno a la promesa de un mundo
nuevo que ya ni siquiera pueden prometer.
Y de esta incongruencia sistémica brota el particular celo represivo que
intenta devastar a la oposición, no importa su signo, tratando de
guardar "las apariencias adecuadas". Primero, siempre que se puede,
dejando el trabajo sucio a las pandillas de-acción-rápida —cada vez más
pequeñas y más deplorables—, o cambiando las condenas de 25 años por
decenas de detenciones de algunas horas (con dormidas incluidas) en un
proceso de desgaste sicológico y ético que parece no tener fin.
Para la élite política esta ambición totalitaria sin suelo firme
representa una resta permanente de apoyos y oportunidades en los
momentos en que más los requiere.
Veamos dos casos, sin detenerme en detalles que los lectores conocen y
que ya discutí en otro artículo.
Primero, el asunto suscitado por la presentación de Pablo Milanés en
Miami. Las declaraciones críticas de PM, aún en sus momentos más
ríspidos, estuvieron siempre acompañadas de peros y sin embargos que
reafirmaban la lealtad del trovador a lo que llamaba revolución; lo que
significa, en última instancia, el proceso político cubano, la
admiración por los llamados líderes históricos y la no compartición de
los credos políticos de la oposición. PM nunca se confundió: su
acercamiento a las Damas de Blanco fue un rechazo solidario a la bajeza
ética del acto represivo, no un apoyo a sus demandas.
La coyuntura fue particularmente favorable a una buena jugada política.
Si por buena política entendemos maximizar las oportunidades y reducir
al mínimo los problemas, lo juicioso hubiera sido sacar ganancias
mayores del recital y de sus pormenores. Por ejemplo, resaltar la
fidelidad esencial de PM, recabarlo como producto neto de la revolución,
enarbolar la velada como un signo de quiebra política de la "mafia de
Miami" y proclamar las diferencias como un ejemplo de tolerancia y
libertad dentro del sistema. Y en poco tiempo nadie se hubiera acordado
de ello.
Pero los dirigentes cubanos no se gastan estas sutilezas e hicieron
justamente lo opuesto: echaron encima del trovador a la jauría de los
blogueros mal pagados que actúan como insultadores procaces y oficiosos
del sistema, a sus portavoces en la emigración, y hasta supongo que
habrán hecho su guiñito a Silvio Rodríguez cuando continuó cubriéndose
de lodo atacando descarnadamente a su antiguo camarada de cantatas.
En otras palabras, pisotearon la oportunidad y agrandaron el problema.
Otro caso me lo recordó un inteligente analista de Havana Times (Boda
gay cubana: Yoani Sánchez saca la victoria del refigerador), Alfredo
Fernández, en relación con la boda de Wendy Iriepa e Ignacio Estrada.
Una boda que fue absolutamente política. Pues solo esa determinación
política puede explicar que la joven Wendy —que cambió de sexo atenazada
por sus irreprimibles instintos femeninos— haya terminado casándose con
un homosexual, lo haya hecho un 13 de agosto y haya dedicado su boda a
un enemigo político y ferviente homofóbico como Fidel Castro.
Pero así es la política. Y también la vida. Y en contra de una buena
apuesta, Mariela Castro y el CENESEX sacaron a Wendy de su plantilla y
se negaron a presenciar la boda. Y a pesar de que Wendy era un producto
de las gestiones del CENESEX y de sus influencias positivas en la
política cubana, dejaron todo en manos del disidente Observatorio LGTB
—al que acusaron de recibir dinero de la USAID— y de Yoani Sánchez,
quien tiene un particular olfato para identificar las buenas
oportunidades. Como dice el comentarista de HT, Yoani Sánchez "sacó la
victoria del refrigerador" y se ganó otros quince minutos de fama.
Aunque en verdad no lo hizo sola: Mariela se encargó de la parte sucia.
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/la-intolerancia-y-las-malas-politicas-268839